Son muchos los que siguen sin entender cómo alguien como Donald Trump –¡o Ronald Reagan!– pudo ser elegido presidente, cómo tantas familias hacen la compra los sábados por la tarde con una pistola al cinto o cómo se puede hacer Gala de una doble moral tan afilada, con el puritanismo y las perversiones sexuales a ambos lados de la navaja. En realidad, casi todos los estereotipos que dan forma al mito del profundo sur estadounidense son verdades a medias, todas arraigadas en una historia y una cultura que hay que vivir para entenderlas. O leerse este libro “Los sureños no llevan paraguas”:con un cubo de cervezas frías al lado y ahorrarse el billete a Mississippi.
Pasearemos por sus costumbres, por sus ideas políticas, por sus grupos musicales, por sus escritores y escritoras. Vamos a abrir sus biblias (y a volverlas a cerrar), a practicar sus deportes y a conocer algunos de sus más insignes ciudadanos, intentando extraer de esos nombres algún rasgo que nos acabe ayudando a dar forma a ese monstruo de Frankenstein en el que hemos convertido al sureño.
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