Está claro que estamos ante un disco más que bueno. Una obra destacada dentro del canon de los neoyorquinos. Un disco que es grande, sobre todo, por lo que significó para el hip hop.
Por su falta de prejuicios a la hora de mezclar lo hasta entonces imposible. Rock metálico que en las manos expertas del productor Rick Rubin fluye acerado y caliente por entre las rimas descaradas y ácidas del trío de Manhattan.
Samplers directos de los más grandes. Black Sabbath y Led Zeppelin dan vida a unas bases originales, duras y adictivas.
El gran Kerry King prestando su guitarra de manera excelsa ("No Sleep Till Brooklyn). Todo esto suma y suma y ayuda a forjar una leyenda, no hay duda.
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