jueves, 30 de junio de 2022

DIRECTISIMO 42

Hay mucha gente que no sabría nombrar cuatro canciones popularizadas por el Killer, pero eso es apenas una muesca en su reputación; lo que la cimenta es que casi todo el mundo sabe por qué el escándalo que se cernió sobre la gira británica de 1958 torpedeó su carrera.

Por fortuna, la boda con su prima de trece años Myra no acabó con Jerry Lee. Simplemente lo soterró, de manera que al margen de los ojos del gran público pudo grabar uno de los conciertos más salvajes de la historia del rock’n’roll.

Llegó al Star Club en abril de 1964, mientras la mejor banda que jamás había tocado en ese local hacía las Américas. Lewis venía de una gira en Gran Bretaña con otro grupo de Liverpudlian, los Nashville Teens; a estos los contrataron en Hamburgo, y él se les unió por una noche.

Los años de la larga travesía por el desierto se le caen de golpe a este veterano de treinta años desde que arranca con «Mean Woman Blues». Cómo no, el taburete del piano quedó hecho astillas ya al final de la primera canción. ¿Entradas y finales a tiempo? Ni por asomo.

La banda apenas puede tocar al ritmo de Lewis durante los veinte minutos iniciales, que también incluyen «High School Confidential» y quizá la versión definitiva de «What I’d Say», donde desaparece cualquier rasgo de gospel para dar cancha libre a una lujuria anfetamínica.

El final del show es pura anarquía destilada: «Hound Dog», «Long Tally Sally» y «Whole Lotta Shakin». ¿Sobrecargado? Esto es rock como Dios manda: más aprisa, sin el menor respiro y más poseído y frenético que cualquier otra cosa en el mundo, casi hasta la llegada de los Ramones. 

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