Para armar esta obra, Bowie se trasladó a la misma Philadelphia donde reunió un equipo de ensueño formado por músicos locales curtidos en los vericuetos del soul y el funk. El equipo perfecto para fabricar una música que se percibe negra por peso y categoría pero que al final resulta en un sonido de blancura glacial. No es de extrañar, cuando el guitarrista Carlos Alomar describió a Bowie como "el hombre más blanco" que había visto jamás. Si esto importó algo, seguro que fue para dotar a su noveno disco de estudio de un aura sintética que ha hecho que perdure.
Tampoco quiero insinuar que esto sea gloria. Poniendo las cosas en su sitio puedo afirmar que este es un gran disco, uno de esos especiales y diferentes en la discografía del maestro. Y no sólo por "Young Americans" o "Fame".
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