YLT se deshace en mil caminos en una muestra de su rango emocional, juntando en un disco temas tan opuestos como la desangelada tristeza de “Everyday” con el pop casi navideño de “You Can Have It All”, o la cursilería de “My Little Corner…” con la frialdad del final.
También se encuentra a caballo entre la experimentalidad y la comodidad, o entre sonar a los 90 y los 60, con la misma calidad para componer canciones que habían tenido hasta entonces.
Este disco, además de ser una escucha entretenida, supone, en definitiva, un resumen perfecto de las contradicciones y la versatilidad de la banda, de su identidad, así como por desgracia, marca claramente el final de su mejor época.
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