1968. Casi nada. Sacar un disco era batirse el cobre de verdad. Las influencias variadas que pululaban especialmente por Londres debieron hacer mella. Tan sólo hay que echarle una escucha al disco este para darse cuenta. Suena a todos los experimentos, a los rumores sobre los grupos célebres y sus aventuras discográficas. Al sueño húmedos de muchos jóvenes sobre hacerse estrellas del rock. Todos los que tuvieran un mínimo de actitud, de curiosidad. The Pretty Things optaron por esta ópera rock como manera de llamar la atención y buscarse un hueco, en una época en la que todo era vendible. También las compañías buscaban una alternativa, un aprovechar el tirón de los grandes para probar suerte. The Pretty Things lo hicieron. Absorber y soltar. Así se mezclan Beatles con los Floyds, los Zombies con los Who. El rhythm and blues se ralentiza, se cargan las tintas en la psicodelia y en las experiencias exóticas. El resultado: un disco disfrutable a todos los efectos, por el puzzle de influencias y sensaciones. Curioso, bello, y con el marchamo del 68 grabado en el repertorio. Que año más irrepetible.
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