Una de las grandezas de Nolan y su modo de hacer cine, es su habilidad para unir contenido y entretenimiento de primer nivel. Uno tiene un público más reducido, y el otro a menudo nos pide que dejemos el cerebro a la entrada. Es verdad que a veces nos lo pide el cuerpo, pero en temporadas como la de verano esto toma visos de condena.
Mi opinión, como quien disfruta de una buena historia sin importar las pretensiones, es que éste es su mayor logro, o al menos, arte que no tiene nada que envidiar a "Memento" o a "El Caballero Oscuro"; no sólo visualmente, sino a nivel argumental. El mundo de espionaje mental se presenta normativo, estilizado y simbólico pero concreto. Es cierto que la mente puede producir monstruos más aterradores que los que se muestran aquí, pero, ¿quién pagaría por verlos frente a frente? En este caso, se trasforman en un micromundo que funciona e involucra al espectador, despertando su interés. Las actuaciones son enormes, el desarrollo es denso y frenético, lleno de meta-espacios que invocan sensaciones incomparables. No por ser elegantes, los secretos de la consciencia mostrados son menos aterradores, al evocar nuestros propios monstruos. Las pretensiones aquí están más que realizadas.
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